La sala del trono se transformaba por completo cuando la cena era formal. Los candelabros, tan altos como hombres, colgaban con su peso dorado sobre las largas mesas cubiertas de terciopelo oscuro. Las copas de cristal, las jarras talladas, los platos esmaltados en azul del norte: todo parecía preparado para ocultar que en Norvhar, el verdadero banquete era siempre político.
Esa noche, Liria asistía como reina consorte.
No como invitada.
No como prisionera.
Como símbolo.
Y, como pronto descubriría, como blanco.
Vestía un vestido color obsidiana, sin adornos salvo un broche de perla negra en el centro de