La noche había caído con un peso inusual. Ni el viento se atrevía a soplar con fuerza, y el fuego en la chimenea parecía consumir la leña con más lentitud que nunca. Liria no dormía. Últimamente, no podía.
Desde hacía dos noches, había empezado a oírlo.
Un murmullo detrás de los muros.
No era un sonido constante, ni claro, ni fuerte. Pero estaba ahí. A veces apenas un roce, otras una frase incompleta que se deshacía en susurros antes de poder entenderla. La primera vez creyó que lo había imaginado. La segunda vez, se levantó de la cama y acercó el oído al muro. Lo escuchó de nuevo: un murmullo bajo, casi como una conversación.
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