La luz del atardecer se filtraba por los ventanales de la biblioteca, tiñendo de ámbar las estanterías y proyectando sombras alargadas sobre los antiguos volúmenes. Liria pasaba distraídamente los dedos por los lomos de cuero, sin buscar realmente nada, solo necesitando un momento de soledad tras los acontecimientos de los últimos días. El peso de los secretos descubiertos y las verdades a medias la agobiaba.
No escuchó los pasos que se acercaban hasta que una voz grave rompió el silencio.
—Las bibliotecas siempre han sido refugios para quienes buscan respuestas... o para quienes huyen de ellas.
Liria se giró sobresaltada. Evran permanecía en el umbral, su figura imponente recortada contra la luz del pasillo. No vestía su habitual armadura, sino ropas sencillas de lana oscura que, paradójicamente, lo hacían parecer aún más peligroso.
—No estoy huyendo —respondió ella, irguiéndose—. Solo necesitaba pensar.
Evran avanzó con pasos medidos, como un depredador que no quiere asustar a su pr