La noche se deslizaba como tinta sobre el castillo de Norvhar. Liria permanecía sentada junto a la ventana de su habitación, contemplando el fragmento del testamento del antiguo rey entre sus dedos temblorosos. Las palabras parecían danzar bajo la luz vacilante de las velas, como si guardaran secretos que se negaban a revelar por completo.
"Por la presente, declaro que mi voluntad final respecto a la sucesión del trono de Norvhar..." La frase quedaba cortada justo donde debería aparecer el nombre del heredero legítimo. Un trazo incompleto, una verdad a medias que la atormentaba desde que había descubierto el documento.
El viento aulló contra los cristales, sobresaltándola. Liria se estremeció, no por el frío, sino por la sensación persistente de estar siendo observada. Últimamente, los pasillos parecían tener oídos y las paredes ojos. Incluso Meredith, su doncella, actuaba con una cautela inusual, como si temiera que sus palabras pudieran ser escuchadas por alguien más.
Exhausta, Liri