El frío mordía con más fuerza aquella mañana. Liria se ajustó la capa de piel mientras descendía los últimos peldaños de la torre, decidida a explorar los jardines nevados que había visto desde su ventana. Necesitaba aire, espacio, cualquier cosa que la alejara de las paredes que parecían estrecharse cada día más a su alrededor.
El cielo plomizo prometía más nieve antes del mediodía. Perfecto, pensó. Con mal tiempo, habría menos ojos vigilando.
Apenas había cruzado el umbral de la puerta lateral cuando una figura emergió de entre las sombras del muro exterior. Liria contuvo un grito, llevándose la mano al pequeño cuchillo que ahora siempre escondía entre los pliegues de su vestido.
—No es necesario, mi señora —dijo Evran, alzando ambas manos en gesto pacificador—. No soy una amenaza para vos.
El consejero vestía de negro, como siempre, pero sin las habituales insignias de la corte. Parecía más un cazador que un cortesano.
—¿Me estabais esperando? —preguntó Liria, sin soltar el cuchill