50. La presa.
El amanecer llega demasiado rápido. No he pegado un ojo. Mi mente sigue atrapada entre los recuerdos y la realidad. Entre lo que Natan y yo fuimos y lo que somos ahora.
Salgo de la cabaña antes de que Rita despierte. No quiero que vea la tormenta en mis ojos.
La manada me espera en el claro. Sus miradas son una mezcla de respeto, duda y algo más peligroso: juicio.
Rain está al frente, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su expresión es inescrutable, pero conozco esa postura. Está midiendo mis movimientos.
—Alfa. —Su voz es tranquila, pero el peso de la palabra es un recordatorio de la carga que llevo.
Asiento, observando a los demás. Los murmullos cesan cuando doy un paso adelante.
—Natan está fuera. —Mi voz no tiembla. No puedo permitirme titubear—. Pero no se ha ido.
Nadie responde, pero la tensión crece.
—Saben lo que eso significa.
—Significa que seguimos divididos. —Rain rompe el silencio. Sus ojos oscuros me desafían, buscando grietas en mi determinación—. Y que la manada ne