108. Las brasas del deseo.
Habían pasado tres meses desde que la sangre dejó de correr. La paz, aunque frágil, se aferraba a las ruinas de lo que alguna vez fue la manada. Luke y Rita se habían instalado en una cabaña antigua, escondida entre colinas lejanas, donde la niebla era más constante que el sol y el tiempo parecía detenido. Una cabaña con madera que crujía, paredes gruesas de piedra y una chimenea que jamás se apagaba.
Pero la calma tiene un precio. Y cuando no hay enemigos externos, los conflictos internos encuentran espacio para crecer.
—Siempre dejas las botas llenas de barro en la puerta —bufó Rita, cerrando con fuerza el libro que tenía en las manos—. ¿Es tan difícil pensar en alguien más?
Luke, sentado frente al fuego, alzó la vista. Tenía la barba más larga, el pelo más desordenado y una expresión entre irritada y divertida.
—Sigo salvando el mundo como antes, solo que ahora es esta casa. Vas a tener que perdonarme si no tengo tiempo para los detalles domésticos.
—No es la casa lo que intento sa