LUCY MORETTI
Bajaba por las escaleras de la biblioteca con calma, repasando mentalmente la lista de tareas que tenía que entregar.
Pero entonces lo vi.
A él.
Agus estaba abajo, en el pasillo vacío, con una bolsita de papel en las manos y esa sonrisa nerviosa que solo me mostraba a mí.
Me detuve un segundo a admirarlo.
Camiseta gris, jeans, cabello ligeramente alborotado.
Hermoso.
Mío.
Cuando me vio, se enderezó, como si hubiera ensayado mil veces ese momento.
—Hola —dijo en voz baja.
—Hola —le respondí con una sonrisa suave, mientras terminaba de bajar los escalones.
Extendió la bolsa hacia mí.
—Galletas. De vainilla con chispas. Las que te gustan.
Mi corazón dio un salto.
Tomé la bolsa con cuidado, como si me estuviera entregando algo mucho más valioso.
—Gracias, Agus…
—No es nada. Solo… quería verte sonreír.
Y entonces ocurrió.
Estábamos solos, sin el bullicio de los pasillos, sin testigos, sin prisa, solo él y yo.
Y ese segundo de duda en su mirada que terminó en un paso hacia mí.