SILVANO DE SANTIS
El despacho de Lucien estaba en silencio. Solo la luz que entraba por los ventanales iluminaba el escritorio. Damián cerró la puerta tras de sí con suavidad, caminando hacia donde yo estaba, con las manos a la espalda como buen soldado.
—¿Funcionó? —pregunté, sin rodeos.
Damián sonrió, cruzando los brazos frente al pecho con ese aire de tipo que sabe que cumplió su misión con excelencia.
—Así parece. Lo vi con mis propios ojos, jefe. Noah ardía. Y cuando digo ardía, me refiero a que no podía ni respirar cuando me acerqué a su hermanita.
Solté una leve risa nasal, sin apartar la vista del dossier que tenía en la mano.
—Actuaste bien. Fingiste interés justo como lo pedí.
—¿Y la señorita Kiara?
—Ella no sospecha nada. Sabe que eres parte de mi círculo, no necesita saber más. Lo importante era darle el empujón a ese idiota de Noah. Si no lo hacía yo… se quedaría esperando a que el mundo le mostrara de manera cruel que podía perderla.
Damián rió por lo bajo, divertido.
—C