ADELINE DE FILIPPI
Desperté con el sonido del viento rozando las hojas. Y con su corazón bajo mi oído. El pecho de Lucien latía lento, fuerte… como si me estuviera diciendo: “Aquí estoy. Todavía estoy contigo.”
No me moví al principio. Solo lo sentí. Su mano descansaba en mi espalda, y su dedo pulgar hacía pequeños círculos que me estaban haciendo sentir cosas nuevas. Su otra mano acariciaba mi cabello con una suavidad que me desarmaba. No había prisa, no había mundo. Solo nosotros.
—¿Llevas mucho despierto? —murmuré contra su cuello.
—No quise moverme… —su voz salió ronca, suave, hermosa—. Me pediste cinco minutos más y yo te daré todos los que quieras.
Me incorporé un poco, solo lo suficiente para mirarlo a los ojos. Los tenía tan azules… pero ya no fríos. Ya no rotos.
—¿No volviste a dormir entonces?
Él tragó saliva.
—No… no pude ¿Sabes qué pensé cuando te dormiste en mis brazos nuevamente?
Negué suavemente.
—Que ahora entiendo por qué tío Bastien nunca pudo dejar sola a tía Kate.