LUCIEN MORETTI
El aroma a galletas recién horneadas llenaba toda la mansión, envolviendo cada rincón con ese perfume dulce que solo tía Kate sabía crear. Caminé hacia la cocina, siguiendo ese olor con una sonrisa en los labios, sabiendo perfectamente lo que encontraría: caos, risas y la calidez del hogar.
Apenas crucé el umbral, vi a Addy con harina en el cabello, sonriendo como cuando éramos niños. Me acerqué para ser parte del caos familiar. Ella me lanzó una mirada acusadora justo en el momento en que el colador resbaló de mis manos.
—¡No me pongas más harina en la cara, Lucien! —protestó, aunque su sonrisa la traicionaba.
—No fue mi culpa, juro que fue el colador —dije levantando las manos como si me rindiera.
—¿El colador camina y me lanza harina solo?
—Tal vez es un colador mafioso —bromeé, y su risa me llenó el pecho cuando me tiró harina cubriendome la cara, eramos unos fantasmas risueños.
Estábamos cubiertos de blanco, como si el tiempo se hubiera detenido y volviéramos a ser