Una noche con él.
CARLA MORELOS
Caminé el pasillo largo con paso lento. La casa, a medianoche, suena distinta: ya no hay risas ni platos, solo botas en guardia y radios tímidas. Mañana —la palabra flotó— sería la parte que siempre odio y siempre acepto: salir del cristal y pisar el concreto. Yo me quedaría en nodos, apoyando; pero Damian no. Damian Medici no se queda. Sale al campo.
Sentí el corazón apretarse con una molestia leve y obstinada. Él es acero. Y aun así…
Entré a mi habitación, dejé el portátil en el escritorio, me metí a la ducha. El agua caliente en la nuca me devolvió pequeñas escenas del día como si fueran subtítulos: los ojos de Bastien cuando dijo “exterminio”, la barbilla de Lucca afirmando, la voz de Oliver al decir “cero”. Cerré los ojos y apareció otra imagen, una que me es más peligrosa que todas las demás juntas: la espalda de Damian al alejarse, esa forma de caminar que nunca mira atrás por más que yo se lo pida con la mente.
Mañana saldrá. Y yo me quedaré mirando.
La molestia