SILVANO DE SANTIS
La vi salir de la universidad, tan bella como siempre. Su paso era firme, pero su expresión aún tenía rastros de la tormenta que acababa de pasar. Esteban se despidió con un gesto torpe, aún en shock, y ella lo despidió con una media sonrisa antes de girarse hacia mí.
La rodeé con los brazos sin pensarlo. No dije nada. No hacía falta.
Después de un momento en silencio, la llevé al parque que está cerca de la oficina, le abrí la puerta del auto para que se bajara y caminamos de la mano.
—¿Cómo te sientes?
—Bien —respondió, bajando la vista—. Solo… cansada.
Asentí. Luego me acerqué a un asiento que había y la senté en mis piernas.
— Quiero saber cómo te sientes por lo de ayer, no es fácil quitarle la vida a alguien.
— Lo es cuando esa persona no respeta tu vida y te quiere hacer daño. Papá siempre decía, que quitar una vida inocente es lo peor que puedes hacer, pero liberar al mundo de una lacra que se cree con el poder de hacer daño, eso no debe causar pesar, es una