SILVANO DE SANTIS
La mañana entraba suave, colándose entre las rendijas de las cortinas como un susurro de luz. Afuera, la ciudad seguía viva, pero dentro de mi departamento… el tiempo parecía haberse detenido.
Sentí el calor de su cuerpo antes de abrir los ojos. Suave, tibio, encajado perfecto contra el mío. Anny dormía abrazada a mi pecho, con una pierna sobre mi cadera y la cara hundida entre mi cuello y hombro. Su respiración era lenta, profunda, como si finalmente su alma pudiera descansar.
No quise moverme.
Tenía miedo de que, si lo hacía, todo se desvaneciera como un mal sueño.
Mi brazo herido apenas dolía. O tal vez no me importaba. Porque ella estaba ahí. Porque estaba a salvo… conmigo.
Mis dedos se deslizaron lentamente por su espalda, siguiendo el camino de su columna hasta perderse bajo la sábana. Ella suspiró, se removió apenas, y murmuró algo contra mi piel:
—Mmm… no te vayas todavía…
Sonreí. Mi voz salió ronca, baja, casi reverente.
—No pienso moverme. Si pudiera, me qu