LUCY MORETTI
La tarde empezaba a enfriarse cuando escuché pasos tras de mí.
Me giré pensando que sería Anny o Addy, pero no.
Era papá.
Llevaba las manos en los bolsillos y el ceño un poco más fruncido que de costumbre, pero sus ojos seguían con ese brillo melancólico que solo mostraba cuando estaba a punto de tener una conversación importante.
—¿Puedo hablar contigo, princesa?
Asentí sin decir nada. Dejé el cuaderno sobre la manta y me puse de pie. Sentí su mano tibia rozar mi espalda como cuando era niña y tenía miedo de ir al médico.
Nos sentamos en la banca de piedra, bajo el naranjo que tanto le gustaba a mamá.
—¿Te acuerdas cuando te enseñé a andar en bicicleta? —preguntó sin mirarme.
—Sí. Me caí cuatro veces ese día.
—Y cada vez llorabas como si el mundo se acabara. Pero después… te volvías a levantar.
Sonreí con nostalgia.
—Me enseñaste tú.
—Y ahora no sé cómo prepararte para esto —susurró con voz baja.
—¿Para qué?
—Para enamorarte. Para crecer. Para volar sola y alejarte de mí