ANNELISSE DE FILIPI
La mansión se sentía vacía, como si ya supiera que íbamos a dejarla atrás. Cada rincón estaba impregnado de recuerdos recientes, de planes secretos, de noches en vela riéndonos y comiendo todos juntos.
Me giré hacia Silvano. Tenía las manos en los bolsillos y la mandíbula apretada. No hacía falta que dijera nada. Yo también lo sentía. Estábamos huyendo, aunque nadie lo llamara así.
—¿Estás bien? —pregunté en voz baja mientras el auto partía.
Él asintió, pero no me miró. Sus ojos estaban clavados en la carretera, como si pudiera ver más allá del horizonte. Más allá del peligro.
Llegamos a la nueva casa justo antes del atardecer. Era imponente, sí, pero de una forma diferente. Discreta. Alejada del centro. Rodeada de árboles altos y un muro que podría frenar incluso a la furia de Matteo. La casa de seguridad que Silvano y Lucien habían preparado días atrás, previendo un posible ataque.
—Aquí estamos —dijo Lucien desde el asiento delantero, bajando del auto antes de q