AUGUSTO DE FILIPPI
Algo en mí se negaba a abrir los ojos. El calor bajo las sábanas, la sensación de la piel de Lucy contra la mía, ese aroma a jazmín mezclado con su perfume... Quería quedarme así para siempre. Pero extendí la mano para buscarla, atraerla hacia mí, y su lado de la cama estaba vacío. Eso me obligó a despertar.
Parpadeé, y lo primero que vi fue a Lucy. Estaba sentada frente a mí, en una silla, con las piernas cruzadas, usando solo mi camisa azul —que se le deslizaba por un hombro, dejando al descubierto su clavícula—, dibujando con total concentración. Su cabello suelto caía sobre su rostro mientras movía el lápiz con precisión. Y entonces, sonrió. Como si supiera que la estaba mirando.
—Buenos días, dormilón —susurró sin apartar la vista del papel.
Me incorporé un poco, apoyándome en un codo. La sábana resbaló, dejando mi torso descubierto, pero ya era tarde para sentir pudor. No después de la noche que habíamos tenido. Me había aprendido cada centímetro de su piel de