MATTEO RUSSO
El dolor me consumía, profundo, desgarrador. Estaba colgando de mis brazos, los músculos tensos y las muñecas cortadas por las cuerdas que me mantenían suspendido. El único sonido en el oscuro y frío almacén era mi respiración entrecortada, el eco de mis latidos resonando en mis oídos. La luz tenue que provenía de una lámpara parpadeante iluminaba parcialmente mi rostro, pero no me podía permitir parpadear, no cuando sabía que Él estaba observando cada uno de mis movimientos, esperando que cometiera el más mínimo error.
— "¡No es justo!" —grité mientras sentía las heridas abiertas arder con cada respiración—. "Todo esto no es mi culpa. Seraphim no se cae por mí. No por completo".
Pero en mis adentros, sabía que la verdad era otra. Había fallado. Y fallé a lo grande.
Perdí niños. Niños que usábamos como recipientes para transportar droga, para darles un propósito que jamás tuvieron. Perdí hombres, bases, contactos. Todo se fue al carajo, y lo peor de todo… lo dejé que me vi