LUCIEN MORETTI
El sol comenzaba a bajar, tiñendo los tejados antiguos de dorado y los adoquines de las calles con una calidez que no se podía describir con palabras. Caminábamos sin rumbo fijo, solo dejándonos llevar por la belleza de la ciudad. Addy iba a mi lado, con su mano entrelazada con la mía, los ojos brillantes y el paso ligero, como si el aire español le diera alas.
—Amo esto —murmuró, sonriendo mientras se detenía frente a un escaparate de libros antiguos—. ¿Te das cuenta de que estoy caminando por Barcelona contigo? De que este… es uno de mis sueños cumplidos.
La observé. El reflejo del vidrio le devolvía una imagen casi irreal: su cabello cayendo sobre los hombros, su piel iluminada por la luz tenue, sus labios aún curvados en esa sonrisa que era gracias a mí.
—Te lo prometí, ¿no? —le dije—. Te dije que te mostraría Italia primero y luego España… pero no pensé que me iba a enamorar también de España contigo.
Ella se giró y me rodeó el brazo con dulzura.
—Me has dado mucho