LUCIEN MORETTI
Desperté antes que ella. Siempre lo hacía.
Tenía el rostro hundido en mi pecho, la respiración tranquila, una pierna sobre la mía como si temiera que me escapara durante la noche. Como si no supiera que no hay fuerza humana capaz de alejarme de ella.
La luz del sol entraba a través de las cortinas, iluminando la piel de su espalda desnuda. La noche anterior habíamos hecho el amor con calma, sin prisa, como si el tiempo no existiera más allá de nuestras manos.
Deslicé los dedos por su cintura. Ella suspiró en sueños, y una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Me derretí por dentro.
—Buenos días, amore mío —susurré, besándole el hombro.
Ella murmuró algo indescifrable, se aferró más a mí y escondió el rostro en mi cuello.
—Cinco minutos más...
—Así empezaste anoche y terminamos sin dormir cuatro horas.
—Exageras...
—Nunca exagero —dije, y la volteé suavemente para besarle la frente—. Pero si seguimos así, llegaremos tarde a la oficina. Ya faltaste un día señorita Adel