LUCIEN MORETTI
Nos habíamos preparado durante más de una semana para este golpe. Paolo y Noah se movían como sombras, silenciosos y letales. Silvano y yo encabezábamos la misión. Nuestros hombres, entrenados para matar sin vacilar, nos seguían.
La información que habíamos conseguido era verídica. Aquí estaba la base principal de Seraphim. El nido de serpientes. Y, con él, la posibilidad de encontrar al líder. Ese maldito hijo de puta. Ese fantasma al que habíamos perseguido por meses. Al fin, podríamos arrancarlo del mundo. Y hacerlo lentamente. Con dolor. Hasta que Seraphim dejara de existir. Hasta que no quedara nada más que cenizas flotando en el mar.
La isla era una sombra recortada sobre la negrura del océano.
Desde el aire parecía desierta.
Silenciosa.
Muerta.
Pero los sensores térmicos no mentían.
Había movimiento.
Había vigilancia.
Había vida.
Y pronto, habría muerte.
Nos desplegamos como un enjambre de furia contenida.
Silvano y yo irrumpimos primero, seguidos por nuestros ho