Chiara y Antonella salían de la tienda de vestidos de novia. El hermoso vestido ya casi estaba terminado. Mientras que el de Antonella sería sencillo, Chiara le había dicho que era hermoso.
—Luces hermosa con ese vestido de novia, Adriano se quedará estático al verte —dijo la chica—. ¿Quieres ir a comer un gelatto? Tengo antojo de uno de pistacho —Antonella entraba en el automóvil.
—Es un poco molesto… deberíamos irnos caminando —expresó Chiara—. Además, la gelatteria está muy cerca, y es bueno caminar. Así podremos llegar a Piazza Marina; los guardaespaldas podrían seguirnos caminando, y podemos sentarnos en una banca. Tú podrás dibujar, yo podré leer, y lo más importante: despejarnos un poco —comentó Chiara, mientras tomaba el libro.
—Chicos, nos seguirán caminando. El clima está hermoso para caminar —les dijo Chiara.
—Señorita Russo, el jefe nos dijo que hiciéramos lo que usted nos ordenara. Le diremos al chofer que nos espere en un punto medio, y podremos seguirla. Confíe en nosot