La tarde en Palermo parecía inocente. El cielo, teñido de un azul claro, apenas dejaba pasar el calor suave del final del verano. Las calles bullían de gente, vendedores ambulantes ofrecían frutas, pan recién horneado, especias traídas del puerto. Pero bajo esa apariencia pintoresca, la ciudad guardaba secretos que nadie decía en voz alta. Palermo era como un tablero de ajedrez: cada esquina, cada familia, cada mirada podía significar lealtad o traición.
Chiara caminaba sola, con paso firme, hacia el antiguo edificio donde la esperaba su terapeuta. No era una cita común. Hoy no iba por simples conversaciones ni para hablar de su ansiedad. Hoy había accedido a algo distinto: una regresión de vidas pasadas.
La idea la intrigaba. Desde hacía meses soñaba con lugares que nunca había visto, con personas cuyo rostro no recordaba en la realidad, pero que en los sueños le eran dolorosamente familiares. Adriáno, su esposo, había mostrado desconfianza ante la idea, pero no la había detenido. Él