No me toques.
Después de que consolara a Adriano de esa pesadilla, su relación comenzó a sentirse menos tensa y a hacerse más normal. Eso le encantaba a Chiara. Adriano miraba a la mujer que estaba frente a él, tan hermosa y fuerte, que hacía que se fuera enamorando realmente de ella. No era una obsesión por el parecido con su difunta esposa, Martina.
Chiara, sin que nadie se diera cuenta, por las mañanas, muy de mañana, salía a las caballerizas a saludar a Aldebarán, el caballo. El hermoso ejemplar relinchaba de alegría al ver a la joven.
—Yo igual quería verte, gran amigo —dijo ella mientras acariciaba el hocico del caballo—. Eres hermoso. Tú y yo volveremos a cabalgar, verás que convenceré a Adriano de que no eres peligroso, pero más aún, que no es peligroso montar —el caballo volvió a relinchar de manera fuerte y alegre.
Chiara apoyó su frente contra la del animal y suspiró. Sentía que en ese lugar, entre el olor a heno y cuero, podía respirar sin miedo. Ahí no era la sombra de nadie, no era la