Chiara estaba dispuesta a descubrir toda la verdad. Había algo oculto, algo que nadie sabía. Así que decidió ir a la antigua habitación de Martina, ese lugar que ya estaba abierto para ella, al menos simbólicamente. Iba a buscar en cada cajón, en cada rincón, sin dejar un solo centímetro sin revisar.
El santuario se encontraba en silencio, ligeramente iluminado por la luz exterior. Los fantasmas del pasado parecían presentes en el ambiente. Chiara comenzó a hurgar en los cajones: ropa antigua, texturas que le traían recuerdos, olores que evocaban un pasado que no era del todo suyo… pero que, de alguna manera, sí lo era.
Llevaba más de dos horas allí. Sentía que cada cosa que sacaba era un recuerdo. Pero tenía que seguir. En esa habitación no había rastro de Adriano, y no era extraño; al parecer, tras la muerte de Martina, él había abandonado ese cuarto y se había mudado al principal.
Miró los libros de ella y sintió nostalgia. Muchos los había leído, otros apenas los conocía de oídas.