En definitiva...
Adriano entró en la habitación donde se encontraba Chiara. Había notado extraña a su esposa desde aquella última vez que ella despertó sobresaltada. Todo tenía que ver con la pesadilla que había tenido, una visión que la había dejado inquieta, pero de la cual solo había podido mencionar una palabra: caballerizas.
¡Ese maldito lugar! —exclamó su mente con rabia contenida—. Si bien su familia amaba a los caballos, él los aborrecía desde lo que sucedió con Martina. Solo los conservaba porque eran una de las fachadas que mantenían ante el mundo, pero si fuera por él, todos esos malditos animales podrían irse al infierno.
—No pongas esa cara —dijo Chiara con una calma fingida—. Sé que la pesadilla me impresionó, pero solo recuerdo esa palabra. Vi muchas cosas, es como si algo estuviera dentro de mí. Creo que necesito ir con alguien que me ayude a comprender lo que sueño, pero yo solo quiero que todo esté bien. ¿Ya sabes algo del siciliano? —preguntó de pronto, desviando la atención del tem