Alexandra sonrió en grande al notar a Gabriel celoso.
— Esta no es ni la mitad del juego a la que estaban dispuesto a jugar. — Ella le recordó.
Gabriel se inclinó un poco hacia ella, con esa sonrisa torcida que dejaba ver tanto el fastidio como la diversión.
— Entonces, con esas tenemos. — Gabriel extendió su mano y acarició la mejilla de Alexandra. — Princesita acabas de prender un fuego que no podras apagar.
Ella entrecerró los ojos, desafiándolo, disfrutando de cómo la tensión parecía enredarse entre ambos. El bullicio del circo seguía a su alrededor, pero en ese instante lo único que importaba era la proximidad peligrosa entre los dos.
—¿Ah, no? —respondió Alexandra con ironía, cruzándose de brazos—. Pues parece que alguien no soporta que mire en otra dirección.
Gabriel rió bajo, aunque sus ojos se oscurecieron con una chispa de celos que no se molestó en ocultar.
—Tienes razón —admitió, inclinándose más, tan cerca que Alexandra pudo sentir el roce de su respiración—. No lo s