XXXIX Recompensa
Reino de Balai

El rey Ulster se removió bajo las cobijas. Era mediodía y seguía en su lecho. La razón de aquello yacía dormida a su lado. No recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien con la piel tan tibia, tan llena de vida; no recordaba cuántas veces se había despertado junto a alguien vivo.

Con suavidad deslizó las sábanas y la pálida piel de la espalda del copero quedó a la vista, reluciente e inmaculada, demasiado para su gusto. Repartió besos desde la cadera hasta el cuello, donde succionó con fuerza, la suficiente para marcar esa piel que le pertenecía por completo.

El copero se despertó y removió con pereza.

—¡Despierta ya, holgazán! —ordenó antes de darle una fuerte nalgada que lo sobresaltó—. Es hora de que complazcas a tu señor.

El muchacho se levantó de un salto. Se puso los grilletes, que se había quitado para dormir, pero que al rey tanto le gustaban, y esperó ansioso por las órdenes a seguir.

—Ve al armario y trae una fusta.

Con presteza, el copero
NatsZ

Los juegos sádicos del rey no se detienen. Pronto sabremos a quién pertenece el ojo violeta.

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