RUMBOS INESPERADOS.

Pasaron varios días en aparente calma. Sin embargo, Elizabeth no lograba sentirse bien después su encuentro con Marcos. Sabía que en cualquier momento la policía o los hombres de Vicenzo podrían irrumpir en la mansión y arrasar con todo a su paso… incluso con sus propios hijos.

Era de noche, y le resultaba imposible conciliar el sueño. Le sudaba la frente y tenía temblores.

—¡No! ¡No, por favor, no! —gritó de repente, incorporándose con un sobresalto. Xavier, que dormía a su lado, se despertó de inmediato.

—¿Qué pasa, cariño? ¿Estás bien? —preguntó mientras encendía la lámpara de la mesa de noche. Al verla, se alarmó. Elizabeth estaba pálida y mareada. Sin decir nada, ella se levantó de golpe y salió corriendo hacia el baño.

Cayó de rodillas junto al inodoro y comenzó a vomitar. Xavier fue tras ella, apartándole el cabello con cuidado mientras ella se desahogaba.

—Cariño, ¿qué tienes? —preguntó Xavier con preocupación, mientras Elizabeth se incorporaba lentamente.

—No lo sé… tuve pesa
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