Xavier acababa de llegar a la mansión, justo después de resolver parte de sus asuntos para abandonar la organización. La sonrisa que llevaba ese día parecía imperturbable, como si nada ni nadie pudiera arruinársela.
Sin embargo, cuando estaba por cerrar la puerta a sus espaldas, un brazo largo lo tomó del suyo y lo detuvo.
—Xavier, tenemos que hablar.
—¿Helena? ¿Qué estás haciendo aquí? —la miró de arriba abajo con desdén.
—Sé que no tengo permitido venir hasta tu casa, pero es un asunto muy importante. Necesito que lo sepas.
—Los únicos asuntos importantes entre tú y yo, Helena, se resuelven en la oficina. Esta es mi casa. ¿Cómo te atreves a venir aquí? Lárgate. —Xavier intentó cerrarle la puerta en la cara, pero ella la detuvo con el pie.
—¡Carajo, Xavier! No me eches así, ¡mierda! Si no fuera algo realmente urgente, no me arriesgaría a tus desprecios.
—Si vas a hablarme acerca de la disolución de la organización, te digo de una vez que no pierdas tu tiempo. Esa decisión ya está toma