Dos suaves golpes resonaron en la puerta de la oficina. Xavier, al revisar la cámara de seguridad, reconoció de inmediato a Elizabeth.—Dante, abre la puerta —ordenó sin apartar la vista de la pantalla.—Señor, aún tenemos pendientes. ¿Quién es?Xavier lo miró con fastidio y soltó un resoplido.—Solo abre.Dante obedeció a regañadientes. Al ver a Elizabeth, frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo una palabra. Ella tampoco. Simplemente entró, con esa seguridad que desarmaba a cualquiera, y caminó directamente hacia el escritorio de Xavier.—¿Podemos hablar a solas? —preguntó con una voz melosa, casi irresistible.Xavier apenas logró mantener la compostura. Su mirada se deslizó, inevitable, hacia el escote que ella dejaba ver con provocación.—Dante, déjanos solos.—Pero señor, los asuntos que dejamos pendientes…—Luego. —Xavier zanjó el tema con firmeza.Dante apretó los labios, demasiado incómodo y desconfiado. Elizabeth no lo convencía por completo. Salió de la oficina, ce
Sin darse cuenta, Elizabeth se había volcado por completo en el trabajo que Xavier le había asignado en el bar, ganándose poco a poco el respeto de todos los empleados. Las tareas que él le delegaba no le resultaban complicadas, y para Xavier, tenerla cerca constantemente era simplemente fascinante.Salvo los días en que debía cumplir con misiones o atender otros asuntos laborales, él siempre estaba allí, acompañándola. Pero él era el único que disfrutaba de su presencia diaria en el lugar.Helena también estaba feliz de verlo todos los días. Para ella, Elizabeth no representaba ninguna amenaza; al contrario, la consideraba muy por debajo de lo que ella podía ofrecer. Y estaba dispuesta a aprovechar esa supuesta ventaja para seducir a Xavier a su manera.Una tarde de viernes, cuando el bar rebosaba de gente y Elizabeth no daba abasto con el trabajo, Helena apareció más despampanante que nunca. Llevaba un impactante vestido rojo, con un escote profundo que bajaba hasta las caderas, dej
A pesar de los obstáculos, Elizabeth continuaba trabajando con empeño en el bar, decidida a que la mayor parte de los ingresos provinieran de fuentes legales, alejándose lo más posible del mundo turbio al que Xavier y sus secuaces estaban habituados.Pero su esfuerzo se veía constantemente entorpecido por la actitud hostil de Helena, que parecía empeñada en hacerle la vida imposible.Esa tarde de viernes, al llegar para hacerse cargo del turno, Elizabeth la encontró en una escena que no dejaba lugar a dudas: Helena, prácticamente estaba subida en la barra, coqueteando sin pudor con el barman. Sonriente, mostrándole sus encantos al hombre, sin ninguna restricción.Al notar su presencia, Helena no se contuvo. Se acercó aún más al joven, lo tomó del delantal y le susurró algo al oído. Él, que hasta entonces limpiaba unos vasos, soltó una carcajada. Los dos estallaron en risas burlonas mientras la miraban fijamente. No necesitaba ser adivina para entender que se estaban mofando de ella.E
—¿Señorita, se encuentra bien? —preguntó el hombre con un dejo de preocupación. Elizabeth se incorporó con rapidez, alisó su falda con torpeza y asintió. —Sí, gracias. Esta gente es... una salvaje —murmuró, aún con el ceño fruncido.Fue entonces cuando notó los guantes de boxeo que el hombre sostenía. Sus mejillas se tiñeron de rojo al comprender que probablemente él también formaba parte del espectáculo. Acababa de abrir la boca sin pensar. —Lo siento... yo no quise— —No te preocupes —la interrumpió con una media sonrisa—. Tienes razón. Son unos verdaderos animales. Estas peleas no tienen nada de natural.Elizabeth se sacudió las manos y esbozó una leve sonrisa, apenas un gesto en la comisura de sus labios. —¿Y tú? ¿También eres un luchador? —preguntó, mirándolo de arriba abajo. Su apariencia desentonaba por completo con la del resto.—Sí —respondió con tranquilidad—. En el bajo mundo me conocen como La Pluma. Le extendió la mano, y ella, aún intrigada, aceptó el gesto. —Mucho
Elizabeth cerró la puerta de la mansión de un portazo, furiosa. Pero no era la única que ardía en cólera. Xavier la esperaba en la sala de estar, sentado con una copa de alcohol en la mano. Su mirada era impasible, desafiante.—¿Entonces siempre supiste de las peleas clandestinas en el bar? —espetó Elizabeth sin siquiera saludarlo, apuntándolo con el dedo.—Por supuesto —respondió él, encogiéndose de hombros—. Es mi bar. Siempre he estado al tanto. Deja demasiadas ganancias. Han existido desde siempre.—¡Es increíble! Ni siquiera me lo mencionaste. Dejaste que esa estúpida de Helena tomara el control, llevó a esos animales y casi matan a un hombre.Xavier se puso de pie, cruzándose de brazos mientras la observaba fijamente, a escasos pasos de ella.—De eso se tratan las peleas, Elizabeth. Son combates a muerte. Las apuestas son altas, y la gente viene a ver correr sangre —dijo con voz fría, cada palabra le helaba hasta los huesos.—¿Cómo puedes permitir algo así? —preguntó ella, aún a
Ella ya estaba completamente decidida. Elizabeth no perdería un solo minuto más para avanzar con sus planes. Sin pensarlo dos veces, la semana siguiente tomó una carpeta con documentos y seleccionó cuidadosamente los más importantes para sacarles copia.Aunque las manos le temblaban al deslizar los papeles por la máquina, sabía que cada movimiento era necesario, por su bien y, sobre todo, por el de sus hijos.—¿Qué le dijiste a Xavier, Elizabeth? —Helena irrumpió de repente, gritando con furia. Elizabeth dio un brinco y, de forma instintiva, trató de ocultar los documentos detrás de su espalda.—¿Qué le dije de qué, Helena? —respondió con tono desafiante, alzando el mentón.—No te hagas la asolapada, Elizabeth. Sé que fuiste con tus lloriqueos a quejarte con Xavier. ¡Ahora me prohibió hacer las peleas clandestinas en el bar! ¿Tienes idea de cuánto dinero vamos a perder por eso? —espetó con veneno en la voz—. Pero ni sueñes que vas a salirte con la tuya. Llevo años trabajando en esta c
Xavier frunció el ceño. Aquel beso se sintió tan frío e indiferente que apenas suspiró antes de mirarla de nuevo.—¿Te pasa algo, cariño? —preguntó, girando la cabeza con un movimiento más perturbador que la escena misma. Ella apenas titubeó.—¿Por qué estás golpeando a ese hombre con tanta brutalidad? ¿Qué fue lo que hizo? —preguntó Elizabeth, aterrorizada.Xavier, en cambio, permanecía completamente impasible.—Porque ese hijo de puta creyó que podía traicionarme… y salir impune —respondió, mirando al hombre tirado en el suelo. Luego sacudió la cabeza con una mueca de sarcástica compasión.—¿Te... te traicionó? —balbuceó Elizabeth, sintiendo cómo la voz se le atoraba en la garganta.—Sí. Le vendió armas a Vicenzo, armas que estaban destinadas a mi organización. Y lo peor es que era uno de mis hombres de mayor confianza. Pero nadie me traiciona, Elizabeth. Nadie. —Xavier sentenció, con la mirada clavada en el cuerpo moribundo que jadeaba de dolor.La piel de Elizabeth se tornó lívida
Elizabeth no dudó ni un momento en abandonar aquel frío sótano; ni siquiera se detuvo a mirar atrás. Apretó el bolso que contenía los documentos, atesorándolos. Después de lo que había visto, no podía permitirse el lujo de ser descubierta.Marcell, que estaba sentado en la barra, la vio y se levantó al instante.—¿A dónde vamos, señora Elizabeth? —preguntó.—Tengo una cita con mi ginecólogo, voy sola. Gracias, Marcell.—Jefa, el señor siempre me pide que la acompañe por seguridad.—El señor sabe que salgo sola, si quieres, pregúntale. —Elizabeth respondió nerviosa, sin darle más oportunidad a Marcell, y apresuró el paso para salir del bar. Al hacerlo, miró a su alrededor, asegurándose de que nadie la estuviera siguiendo, y tomó un taxi rumbo al encuentro con Vicenzo.Ni siquiera podía entender exactamente qué estaba haciendo. Estaba explorando territorios enemigos, y lo hacía sola. La cita era en la mansión de Vicenzo, y ni siquiera le importaba que su vida estuviera en riesgo.Al lle