Dos suaves golpes resonaron en la puerta de la oficina. Xavier, al revisar la cámara de seguridad, reconoció de inmediato a Elizabeth.
—Dante, abre la puerta —ordenó sin apartar la vista de la pantalla.
—Señor, aún tenemos pendientes. ¿Quién es?
Xavier lo miró con fastidio y soltó un resoplido.
—Solo abre.
Dante obedeció a regañadientes. Al ver a Elizabeth, frunció el ceño y negó con la cabeza, pero no dijo una palabra. Ella tampoco. Simplemente entró, con esa seguridad que desarmaba a cualquiera, y caminó directamente hacia el escritorio de Xavier.
—¿Podemos hablar a solas? —preguntó con una voz melosa, casi irresistible.
Xavier apenas logró mantener la compostura. Su mirada se deslizó, inevitable, hacia el escote que ella dejaba ver con provocación.
—Dante, déjanos solos.
—Pero señor, los asuntos que dejamos pendientes…
—Luego. —Xavier zanjó el tema con firmeza.
Dante apretó los labios, demasiado incómodo y desconfiado. Elizabeth no lo convencía por completo. Salió de la oficina, ce