Cuatro

Gus parpadeó, completamente fuera de lugar, el sudor frío empezando a aparecer en su frente. — Yo... yo no sé a qué se refiere, señor...

— Eres el bartender estafador, ¿No te puse una denuncia por usurero el mes pasado?

Entonces, la sonrisa enigmática del hombre se desvaneció, y su voz, aunque mantuvo su tono grave, adquirió un filo de acero. La atmósfera se tensó abruptamente.

— Inolvidable, sí. Tan inolvidable que por tu amigo casi pierdo una fortuna y me hicieron quedar como un idiota—, espetó el hombre, sus ojos clavándose en Gus con una intensidad gélida. —Me estafaste, bastardo. Y por eso, me aseguré de que te despidieran de ese puesto. Lo que quiero ahora es que pagues por ello.

— N-no sé de qué habla, señor... ¿Cómo podría yo hacer tal cosa? — Gustavo se volvió un manojo de nervios baja aquella mirada crítica. — El bartender que usted mandó despedir no he sido yo... Ha sido mi hermano que es idéntico a mí. Lo que pasó... puedo explicárselo. Y tengo lo que usted busca. Está en el área VIP. Si me permite... se lo conseguiré ahora mismo. Gratis. Considere esto una compensación.

Valeria observa la situación, principalmente pensando en el hecho de que Gustavo es como una serpiente astuta que sabe evitar el peligro. -Y que no tiene hermanos-

— Yo que usted lo miraría más de cerca, señor.

Gustavo le dedica una mirada mortal a Marcos por ese comentario.

— Más te vale—, advirtió el hombre, su voz apenas un susurro que logró cortar el estruendo de la música. —No me hagas esperar.

Gus se escabulló rápidamente por detrás de la barra, dirigiéndose hacia la entrada que llevaba al área VIP. El hombre lo siguió con la mirada, antes de girarse para ir en la misma dirección. En ese momento, sus ojos se cruzaron con los de Valeria.

La mirada del hombre era inexpresiva, pero profunda. No había reconocimiento, ni curiosidad, ni interés. Era una mirada que pasaba por encima de ella, como si no fuera más que parte del mobiliario, o quizás, como si hubiera visto una cucaracha. No había ni una pizca de la fascinación o la sorpresa que había mostrado por Gus.

Valeria sintió una punzada, una mezcla extraña de irritación y alivio. Por un lado, no había sido reconocida, lo cual era bueno para su seguridad. Por otro, que un hombre así la viera con tal indiferencia era casi un insulto a su arte de la seducción y la manipulación.

Sin otra palabra, el hombre se dio la vuelta y comenzó a subir las escaleras que conducían al exclusivo área VIP, desapareciendo entre las sombras del nivel superior.

Entonces Valeria dejó salir el aliento que había estado conteniendo hasta ese momento.

— Terrorífico. — Fue lo que se le ocurrió decir.

Marcos soltó una carcajada ahogada, el sonido casi perdido en la música. — Parece que alguien finalmente fue capaz de poner a Gus en su lugar. No lo había visto tan sumiso en años.

Valeria, sin embargo, no prestaba atención a la burla de Marcos. Su mirada estaba fija en el lugar donde el hombre había estado de pie, justo al pie de las escaleras del VIP. Algo brillaba tenuemente en el suelo oscuro. Era pequeño, de cuero, y parecía haberse deslizado de su bolsillo.

— Marcos—, dijo Valeria, su voz apenas un susurro, pero con una urgencia que hizo que Marcos dejara de reír. —Mira.

En el suelo, una billetera de cuero oscuro yacía abandonada. Debió habérsele caído al hombre de la camisa de lino cuando se giró para subir las escaleras.

La abrió con cautela. Dentro, junto a los billetes y algunas tarjetas, había una fotografía. Una foto de él, el hombre de lino, sonriendo ampliamente, abrazando a una mujer que irradiaba felicidad. Sus ojos brillaban de una manera que Valeria no había visto en el club. Estaban genuinamente felices.

Una punzada extraña, algo que no era cálculo ni estrategia, la atravesó. Era una sensación inusual en su frío corazón.

—Espera aquí, Marcos— dijo Valeria, la billetera en la mano. Su decisión era repentina, impulsiva.

Marcos la miró, sorprendido. —¿A dónde vas? ¿Vas a... devolverla? ¿A ese hombre que te miró como a una piedra en el costado del camino?— Su voz estaba llena de incredulidad.

—Sí—, respondió Valeria, con una determinación que no dejó lugar a preguntas. —Espérame. No tardo.

''Supongo que seré como un súper-héroe anónimo al final...'' Valeria suspira, escaleras arriba.

...

El área VIP del Imperio Nocturno era aún más opulenta y, sorprendentemente, menos ruidosa que el nivel inferior. Había reservados privados, sillones de cuero y una iluminación tenue que invitaba a la discreción. Valeria se movió con sigilo, buscando al hombre de la camisa de lino. Lo encontró en uno de los reservados más apartados, su imponente figura recortada contra la pared.

Pero no estaba solo. Sentada frente a él, con el rostro cubierto de lágrimas, estaba la mujer de la fotografía. La misma mujer que irradiaba felicidad en la imagen de la billetera. Ahora, su rostro estaba contorsionado por la angustia.

—¿Es que no entiendes, Isabella?—, la voz del hombre era un susurro cruel, apenas audible por encima del murmullo del club, pero cargado de una frialdad glacial. —Ya te lo he dicho cien veces. No me interesas. No hay nada más que hablar.

— (...) Sabes que odio eso. Solo he venido hasta esta pocilga para dejarte en claro que no pienso seguir soportando tu obsesión conmigo. Así que déjame en paz.

Valeria siente que está escuchando algo que no debería, sin embargo, entre su respiración agitada y corazón acelerado, apenas y puede escuchar aquellos pensamientos pidiéndole retirarse de ahí.

¡Pero, por favor, Alejandro! —suplicaba la mujer, su voz rota por el llanto—. Por favor, dame otra oportunidad. Sé que podemos arreglarlo. Te amo, Alejandro. Por favor, no me dejes. —Extendía una mano temblorosa hacia él, que él ignoraba por completo.

Alejandro ni siquiera la miraba. Bebía de su copa con una indiferencia que le heló la sangre a Valeria. Su rostro, antes tan atractivo, ahora parecía tallado en piedra, desprovisto de cualquier emoción. Era tan cruel.

Valeria sintió una oleada de furia. Ver a esa mujer, tan vulnerable, rogando por amor a un hombre tan desalmado, le revolvió el estómago. La imagen de la foto, el contraste entre esa felicidad y la desesperación actual de Isabella, fue una bofetada. Esa punzada extraña en su pecho se transformó en pura rabia.

De repente, Alejandro se levantó. Parecía a punto de irse. Valeria, que se había agazapado detrás de una cortina para no ser vista, se dio cuenta de que no tendría otra oportunidad. Tenía la billetera en la mano. Los malos sentimientos se apoderaron de ella.

Sin pensar, sin un plan, impulsada por una rabia incontrolable, Valeria salió de su escondite y, con un movimiento rápido y silencioso, se acercó por detrás de Alejandro. Y con toda la fuerza que pudo reunir, le pegó la billetera en la nuca.

— ¡¿Qué carajos?! — Mira al suelo en busca del objeto que lo golpeó. — ¿Mi billetera...?

Entonces se giró, no había nadie más allí.

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