Isabella Fernandes
La mansión aún parecía dormida, como si estuviera atrapada en un trance silencioso después del huracán del día anterior. El aire estaba denso, cargado de recuerdos que aún vibraban bajo mi piel. No conseguía olvidar la forma en que Lorenzo me defendió, cómo su voz cortó el aire en defensa de mi honra, feroz y protectora. Aquello me removió por dentro de una manera que no sabía explicar. Ni quería. Solo sabía sentir.
Necesitaba encontrar una forma de mostrarle mi gratitud. No con palabras vacías, sino con un gesto silencioso, a la altura de la intensidad que nos envolvía. Entonces, cuando vi a Marta preparando la bandeja del desayuno, algo dentro de mí se encendió.
—Déjame que yo la lleve —dije, con la voz más baja de lo que pretendía.
Ella me miró, sorprendida. Tal vez había notado la inquietud en mis ojos, pero no dijo nada. Solo asintió y me entregó la bandeja con una mirada cargada de cautela.
Subí con la bandeja del desayuno, tratando de convencerme de que era s