Isabella Fernandes
Entré en la habitación como quien invade su propio límite. Como si el aire hubiera cambiado de densidad, volviéndose pesado, espeso, casi irrespirable. Cerré la puerta detrás de mí con un movimiento rápido y tembloroso, porque sabía que necesitaba privacidad, no para protegerme de alguien. Pero para tratar de protegerme... de mí misma.
Mis manos aún temblaban. El corazón, descompasado, latía con violencia dentro del pecho, como si estuviera tratando de escapar. Mi cuerpo, desesperado, no soportara más contener todo lo que sentía.
No había paz en mí. Sólo llamas. Demasiado deseo, demasiado recuerdo, demasiado Lorenzo. La escena se repetía ante mis ojos con un realismo cruel: su cuerpo, desnudo, cubierto de vapor y tensión, los músculos contraídos, el placer estampado en el rostro contenido. Y la mano... esa maldita e hipnotizante mano deslizándose por el propio sexo con una precisión firme, erótica, inevitable. La forma en que se masturbaba y cómo gemía mi nombre.
M