El reloj marcaba exactamente las 8:27 cuando el sedán negro de alta gama, con vidrios polarizados y pintura reluciente, se detuvo frente al rascacielos de cristal en el corazón financiero de la ciudad. El edificio llevaba en la cima el nombre Vellardi & Renzi Holding, en letras metálicas y elegantes, reflejadas contra el cielo grisáceo de la mañana. Antes de que el chofer apagara el motor, un guardia de seguridad ya se había posicionado junto a la puerta trasera. Y entonces, él descendió.
Lorenzo Vellardi. Impecable. Preciso. Imponente.
Vestía un traje gris grafito de corte italiano, que caía sobre su cuerpo con exactitud milimétrica, realzando su porte erguido y dominante. La camisa blanca debajo estaba perfectamente planchada, sin un solo pliegue fuera de lugar. La corbata de seda negra, centrada con precisión, le confería un aire de autoridad absoluta. Sus zapatos Oxford, negros y tan lustrados que reflejaban el mármol del suelo, completaban la imagen del hombre que controlaba cada