Noah había pasado la noche entera sin dormir. Cada vez que cerraba los ojos, la imagen de Denisse llorando en sus brazos lo perseguía… acompañada del eco venenoso de las palabras de su madre y de Helena.
El amanecer llegó sin ofrecer respuestas. A las ocho en punto, recibió un mensaje que no esperaba.
Helena: “Necesito hablar contigo. Es urgente.”
Noah quiso ignorarlo. Debería ignorarlo. Pero algo en él estaba demasiado roto como para tomar decisiones inteligentes. Así que condujo hasta el pequeño café donde ella lo esperaba.
Cuando entró, Helena se levantó con una sonrisa suave, la misma sonrisa dulce que usaba desde niños.
—Noah —saludó—. Gracias por venir.
Él no respondió. Solo tomó asiento, serio, distante.
Helena no tardó en ir al punto.
—Me imagino que ya viste algo… ¿extraño… sobre la señorita White?
La mandíbula de Noah se tensó.
—No digas su nombre con ese tono —advirtió, frío.
Helena suspiró, como si fuera víctima de una gran injusticia.
—Noah, por favor… entenderás que soy