El día de regresar a la ciudad llegó. Uno de los hombres de seguridad cargaba los bolsos en una de las camionetas. Aurora llevaba la mochila de Elisabetta pero, antes de ponerla en el asiento trasero, una mano firme se adelantó y la tomó.
Sus dedos rozaron los de Lorenzo en un contacto breve, casi accidental, aunque ninguno de los dos lo sintió como tal. Ella sostuvo su mirada un segundo más de lo prudente antes de apartarse y acomodar a los niños.
Lorenzo ocupó el lugar detrás del volante y aceleró por el camino hacia el portón principal. En el interior del vehículo, el aire se llenó de silencios y presencias que hablaban por sí mismas.
Elisabetta se acomodó contra el pecho de Aurora, buscando su calor con la naturalidad de quien confía plenamente. Matteo, en cambio, permanecía con la mirada en la ventana, los ojos fijos en el paisaje que se desdibujaba a medida que avanzaban.
Aurora le acarició el cabello con suavidad, un gesto instintivo. Él no apartó la vista del cristal, pero p