La puerta se abrió de golpe, y el instante suspendido entre Aurora y Lorenzo se desvaneció como humo.
—Aurora… —una vocecita somnolienta rompió el silencio.
Elisabetta apareció en el umbral, con su cabello revuelto cayéndole sobre los hombros y el pijama de ositos colgándole flojo. Se frotaba los ojos con el dorso de la mano, como si todavía no terminara de despertar.
—Matteo no está en su cama —murmuró, con un mohín preocupado.
Aurora respiró hondo, suavizando la sonrisa.
—No te asustes, cariño. Matteo se quedó dormido en mi habitación anoche. Está bien —explicó, su voz calma como un arrullo.
La niña asintió con alivio, y entonces sus ojos brillaron al ver a su padre.
—Papi —caminó hacia él y Lorenzo la envolvió entre sus brazos de inmediato, levantándola con facilidad.
La besó en la sien, cerrando los ojos un instante como si aquella fragilidad pequeña en sus brazos fuera su refugio secreto.
—Buenos días, pequeña —susurró, acariciando la espalda de la niña.
Elisabetta apo