Evelyn siempre había tenido una habilidad inquietante para leer a las personas antes de que ellas le dieran permiso. No lo hacía con arrogancia, sino con precisión quirúrgica. Era un don, uno que Marcus había aprendido a confiar con los años, y uno que ahora se había convertido en su herramienta secreta para proteger lo más preciado que tenía: Laila, los gemelos, y la pequeña burbuja de paz que estaban construyendo junto a Melissa.
Por eso, cuando Evelyn escuchó el golpe seco de la puerta del pasillo, su instinto le avisó antes de girar la cabeza:
esa no era una entrada normal.
Dejó el bolígrafo sobre la mesa de la sala de juntas, sin molestarse en ordenarlo como solía hacerlo. La tensión en el aire era demasiado concreta para distraerse con detalles. El eco de los tacones acercándose tenía un ritmo irregular, casi frenético, como si la persona que los llevaba hubiera corrido o estuviera a punto de hacerlo.
Entonces la vio.
Clara.
Y no la versión que se maquillaba suavemente para vers