Mundo de ficçãoIniciar sessãoOscar asiente. Bebe té. Luego, con una pausa como quien pide permiso, pone su mano sobre la mía. No aprieta. Solo deja su calor.
—Yo voy a estar para ti —dice, y siento la intención como un perro que asoma la cabeza a ver si lo dejas subir—. Como quieras. Como necesites.
Su honestidad me golpea en un lugar tierno. Lo miro. Oscar tiene ojos de refugio: del tipo de personas que sostienen sin preguntarte por cuánto tiempo. Ahí vive la trampa también, porque el refugio a veces se vuelve casa y a veces jaula.
—No puedo prometerte nada —respondo, firme, aunque me tiembla el pulso—. No estoy lista para… no sé. No estoy lista.
—No me prometas —dice—. Dame la oportunidad







