El mesero regresó con los platos en sus manos, con una sonrisa discreta, respetando la atmósfera que se había creado entre los dos.
—Aquí tienen —dijo, colocando primero frente a Luna su carne asada acompañada de una ensalada fresca y papas doradas. Luego dejó frente a Damian un corte grueso, rojo por dentro, apenas sellado por fuera, aún caliente y jugoso—. Espero que disfruten su comida.
—Gracias —respondió Damian con voz grave, sin quitarle los ojos de encima a su plato.
El mesero se retiró en silencio. Luna se acomodó en su silla y bajó la mirada hacia su plato… pero sin querer, sus ojos se desviaron hacia la carne de Damian. No pudo evitarlo.
La carne sangraba aún un poco. Estaba roja, fresca.
Damian notó el gesto sutil en el rostro de Luna. Vio cómo sus cejas se levantaban apenas, cómo sus labios se entreabrían con sorpresa. Él sonrió.
—¿Te molesta ver mi carne así? —preguntó con serenidad, clavando su cuchillo con precisión en el centro del corte y cortando un trozo con una sol