Valentina
Nicola seguía embistiendo con una fuerza casi desmedida, y cada golpe de su cuerpo contra el mío enviaba oleadas de placer por todo mi ser.
Sentía cada centímetro de él llenándome, estirándome, y el calor que se acumulaba en mi vientre crecía sin parar.
Mi respiración era entrecortada, y apenas podía controlar los gemidos que salían de mis labios. El placer era tan abrumador que me sentía como si estuviera al borde de explotar en cualquier momento.
Giré la cabeza, mirándolo por encima del hombro, y lo que vi me dejó sin aliento.
Nicola estaba completamente deshecho. Su rostro estaba contraído de placer, sus cejas fruncidas, sus labios entreabiertos mientras gemidos roncos salían de su garganta.
Verlo así, tan arruinado por mí, me llevó al borde.
Era como si en ese momento ambos estuviéramos completamente expuestos, sin máscaras ni juegos de poder, solo la verdad desnuda de lo que éramos el uno para el otro.
Ese pensamiento, esa imagen de él perdiéndose en mí, me hizo perder