Valentina
Rigel cortó la llamada y tiró el teléfono a un lado.
En un abrir y cerrar de ojos estaba a mi lado, sacándose la máscara de la cabeza, antes de agacharse para intentar darme una mano. Aunque no podía coordinar ni un movimiento.
Podía ver en sus ojos desorbitados, y su rostro, el terror que sentía.
—Lo siento mucho, mi señora, —dijo con su voz entrecortada, evitando mi mirada—. Se me fue la mano, no fue mi intención…
Levanté un dedo, deteniéndolo antes de que siguiera disculpándose.
—No te preocupes, —respondí mientras sacudía el polvo de mi ropa—. Hiciste lo que te pedí, y lo hiciste bien.
A pesar de mis palabras, el hombre parecía a punto de desmayarse.
—No tuve mucha opción… —murmuró, su voz aún temblando—. Usted me amenazó con matarme si no lo hacía.
Una pequeña sonrisa curvó mis labios mientras me encogía de hombros con indiferencia.
—Bueno, y cumpliste. Así que aún podrás respirar. No te quejes tanto.
Bianca y Gabriella se levantaron del suelo, quitándose la sangre fals