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Capítulo 7: Promesas bajo fuego

El rugido de un motor quebró la calma de aquella conversación. Scott se detuvo en seco, el corazón latiéndole con fuerza. Habían logrado descansar apenas unos minutos antes de que el ruido volviera a perseguirlos.

Las luces cortaron el bosque en dos, y los faros se deslizaron entre los troncos como cuchillas de fuego.

—Nos encontraron —susurró Sara, con el miedo dibujado en los ojos.

Scott tomó su mano con fuerza.

—Corre. No mires atrás.

El sonido de las ramas partiéndose bajo sus pies los acompañó mientras huían por el terreno inclinado. La respiración de Sara era irregular, su cuerpo exigía descanso, pero la determinación de no rendirse la mantenía en movimiento.

Una bala silbó cerca de ellos. El tronco de un árbol estalló a pocos centímetros.

Sara gritó y Scott la empujó hacia el suelo, cubriéndola con su cuerpo. El olor a tierra y humedad los envolvió.

—¿Estás bien? —preguntó él, con la voz baja, casi en un suspiro.

Ella asintió, temblando.

—Sí, pero… Scott, no puedo más…

Él la miró, midiendo el terreno. A unos metros, un pequeño arroyo cortaba el camino.

—Ven.

La tomó del brazo y la guió hacia el agua. Entraron sin dudarlo. El agua helada les mordió la piel, pero el ruido del torrente disimulaba sus pasos. Los hombres que los perseguían pasaron corriendo por el sendero principal, sin verlos.

Scott esperó unos segundos más, hasta que los motores se alejaron. Solo entonces se permitió exhalar.

—Vamos a salir de aquí. Te lo prometo —dijo, con una calma que no sentía del todo.

Caminaron por la orilla hasta que el bosque empezó a aclararse. Las primeras luces del amanecer pintaban el cielo de gris y oro. Sara tropezó varias veces; Scott la sostenía cada vez, sin decir palabra.

La tensión no se disolvió hasta que un destello de color metálico los hizo detenerse: un vehículo negro avanzaba por el sendero secundario, lentamente, con las luces apagadas.

Scott se puso delante de ella, listo para reaccionar. Pero cuando el auto se detuvo y el conductor bajó, su corazón reconoció la voz antes que el rostro.

—Señor Valmont —dijo Blake, su asistente, alzando las manos—. Soy yo.

Sara sintió las piernas cederle de alivio. Scott, sin embargo, se mantuvo firme.

—¿Cómo nos encontraste?

—Rastreamos las coordenadas de su teléfono. Tardamos en llegar, hubo un enfrentamiento cerca del camino principal.

Blake los observó de pies a cabeza. Ambos estaban empapados, cubiertos de barro y con las ropas rasgadas.

—Suban, por favor. No es seguro quedarse aquí.

Scott ayudó a Sara a entrar primero. Ella se apoyó en él, agotada, y durante el trayecto hasta la mansión, se quedó dormida con la cabeza recostada en su hombro.

---

La mansión Valmont se alzaba imponente sobre la colina, rodeada de jardines silenciosos y altos ventanales que reflejaban la luz del amanecer. Cuando el auto se detuvo frente a la entrada, Sara apenas podía creer que un lugar tan tranquilo existiera después de lo que habían vivido.

Scott bajó primero y luego le ofreció la mano.

—Ya llegamos —murmuró.

Ella lo miró, aún con la piel pálida y los labios entreabiertos.

—No puedo creer que estemos vivos.

Él no dijo nada. Solo la condujo hacia el interior, donde el eco de sus pasos resonaba entre los muros de mármol.

Una mujer de mediana edad se acercó, vestida con uniforme de servicio.

—Señor Valmont, todo está listo como pidió.

Scott asintió y señaló hacia Sara.

—Llévala a la habitación de huéspedes y trae un botiquín.

Ella quiso protestar.

—No, de verdad… no hace falta.

Pero Scott ya estaba tomando el control de nuevo.

—Siéntate, Sara.

La joven obedeció, cansada de discutir con un hombre que parecía tener siempre la última palabra. Scott tomó el botiquín y, sin esperar ayuda, se arrodilló frente a ella.

El contacto de sus manos sobre su piel la hizo estremecerse. Limpió con cuidado las heridas de sus piernas, rozando apenas la piel con el algodón empapado.

El silencio era denso, solo interrumpido por el roce del material y el golpeteo lejano de la lluvia en las ventanas.

—No hace falta que tú lo hagas —dijo ella en voz baja.

—Sí hace falta —respondió él sin levantar la vista—. Si algo te pasa, jamás me lo perdonaría.

Sara lo observó. Por primera vez, vio al hombre detrás del traje, al que ocultaba sus emociones tras una fachada de control. Y esa fragilidad le pareció extrañamente reconfortante.

Cuando terminó, él levantó la mirada.

—Listo —dijo con voz baja, pero sus ojos seguían fijos en los de ella—. No fue tan grave.

—Gracias —susurró ella, bajando la vista.

Scott se puso de pie y le ofreció una mano.

—Ven. Quiero mostrarte algo.

La llevó por los pasillos de la mansión, amplios y llenos de cuadros antiguos, hasta un salón luminoso con ventanales que daban al jardín.

Allí, varias personas esperaban en silencio: un ama de llaves, dos asistentes y un guardia.

—Ellos estarán a tu disposición —dijo Scott con naturalidad—. Si necesitas algo, cualquiera de ellos podrá ayudarte.

Sara lo miró, sorprendida.

—¿A mi disposición? Scott, esto es demasiado.

Él sonrió apenas, con esa calma imperturbable suya.

—No para la futura señora Valmont.

Ella se tensó.

—¿La futura…?

—Es lo que todos creen —respondió él, dándole la espalda mientras observaba el jardín—. Y si queremos que resulte creíble, tendrás que aprender a manejarlo todo.

Sara lo siguió con la mirada, sin comprender del todo.

—¿Y cómo puedes confiarme algo así? Apenas me conoces.

Él giró lentamente hacia ella. La distancia entre ambos se redujo hasta que pudo sentir su respiración.

—Porque quiero confiar en ti —dijo con una serenidad que la desarmó—. No hay otra forma de que esto funcione.

Sara no supo qué responder. Su pecho se agitaba con una mezcla de nerviosismo y algo más profundo, algo que la confundía.

Scott se apartó entonces, dándole espacio, como si no quisiera presionarla.

—Descansa. Aquí estarás segura —añadió, con una voz más baja, casi un susurro.

Ella lo observó alejarse, sus pasos resonando en el mármol, y sintió que por primera vez desde que todo empezó… no tenía miedo. Quizá porque, sin saber cómo, había comenzado a confiar también en él.

---

Esa noche, mientras el viento golpeaba suavemente las ventanas, Sara se recostó en la enorme cama que ahora le pertenecía. Miró el techo blanco, pensando en todo lo que había sucedido en apenas unos días.

Había sido secuestrada, perseguida, rescatada… y ahora vivía bajo el mismo techo que Scott Valmont, el hombre que todos consideraban intocable.

Y, de alguna forma, el mismo que acababa de prometer protegerla.

No sabía qué destino le aguardaba en esa casa, pero sí algo con certeza:

Su vida acababa de entrelazarse con la de él de una manera que ninguno de los dos podría deshacer fácilmente.

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