—¡Guardias! —la voz de Jarek resonó como un trueno en el pasillo—. Llévenla al calabozo.
Su mirada, fría y cortante, no dejaba espacio para réplica.
—Vamos a hacer una prueba genética —continuó con un tono implacable—. Quiero saber si ese cachorro es de Lucien o no.
La mujer lo miró con los ojos muy abiertos, un brillo de miedo puro, reflejando la certeza de que había subestimado al rey Alfa.
Había pensado que él, al escuchar su supuesta desgracia, se mostraría compasivo, que su posición de “pobre víctima” le abriría las puertas de la indulgencia.
Pero no. Jarek no era un lobo blando. Era un Alfa, y la verdad para él se buscaba con colmillos y garras.
La mujer forcejeó contra el agarre de los guardias, pataleando y gritando.
—¡No, por favor! ¡Su majestad, no! ¡Se lo ruego, tenga piedad!
Pero Jarek no volvió a mirarla. Ni una sola vez.
Su espalda ancha y recta se alejó, ignorando sus súplicas, dejando que sus palabras quedaran flotando inútiles en el aire.
Cuando regresó a la sala méd