Al día siguiente, Jarek se despertó antes del amanecer.
Sus pensamientos giraban sin cesar en torno a Alessia, a la decisión que debía tomar como rey y Alfa de la manada. Cada respiración era pesada, cada latido un recordatorio de la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros.
La incertidumbre le carcomía, y una parte de él temía no estar preparado para lo que vendría.
De repente, uno de sus guardias irrumpió en la habitación, con la voz temblorosa pero firme:
—Su majestad… el rey del Norte ha llegado.
Jarek tragó saliva con dificultad.
Su garganta se sentía seca, como si la tensión hubiera absorbido todo su aliento. Sabía que debía enfrentarlo, que no podía postergar más este encuentro que tanto temía.
La confrontación era inevitable, y el destino de la manada pendía de un hilo que ahora se tensaba más que nunca.
El rey del Norte avanzaba con su séquito, sus pasos medidos, silenciosos, casi ceremoniosos.
Cada movimiento parecía calculado, como si él supiera que el momento que se ac