Eyssa abrió los ojos con un sobresalto que hizo que su corazón latiera con fuerza.
Por un instante, todo a su alrededor se desdibujó; la oscuridad, el frío y la humedad parecían envolverla como un sudario.
No sabía dónde estaba ni cómo había llegado allí, pero la sensación de peligro era inmediata. S
Sus manos estaban inmovilizadas con unas esposas especiales, frías y rígidas, que no solo limitaban su movimiento, sino que cortaban la conexión con su loba interior, con esa fuerza vital que siempre le había dado seguridad.
El amordazamiento impedía que gritara, que pidiera ayuda, que sacara toda su furia contenida.
Un nudo de terror se formó en su pecho, y un pensamiento único surgió en su mente con claridad aterradora: esto era obra de Heller.
Su memoria reconstruyó cada instante de la emboscada: el silencio roto por gritos apagados, el golpe que la hizo caer al suelo, las manos que la sujetaban con fuerza, los ojos del traidor brillando de satisfacción.
Y ahora estaba allí, sola, vuln