La bruma fría se arremolinaba sobre el lago del Olvido, cubriendo el lugar con un silencio tan denso que parecía pesar sobre los huesos.
El agua negra reflejaba destellos de luz como si guardara miles de secretos bajo su superficie. Narella se sentía atrapada entre el aire helado y el ardor que le quemaba el pecho.
Un dolor lacerante, profundo, la invadía, y en lo más salvaje de su alma, su loba rugía, desgarrada por los celos y la desesperación.
Podía sentir cómo cada fibra de su cuerpo le suplicaba luchar, pero algo en la expresión de Alessander la detenía.
Dio un paso atrás, lento, como si estuviera aceptando, casi presintiendo su destino.
Sus pies rozaron la tierra húmeda cerca de la orilla, y el murmullo del lago le pareció un susurro de muerte.
Alessander estaba de pie, rígido.
Sufría. En su mirada se libraba una guerra silenciosa entre una ilusión del pasado y el amor ardiente que ahora palpitaba frente a él.
La figura de Myran, etérea, pero tan real que dolía, le tendía la mano