—¿Dónde queda la manada…? —preguntó Elara con voz quebrada—. ¡Quiero verla… incluso si es la última vez!
La frase se escapó como un suspiro roto. Como un clamor que venía desde lo más hondo de su pecho.
Elara sentía que su alma estaba hecha cenizas. Esa revelación sobre su linaje… sobre la mentira que había sido su vida… la ahogaba por dentro.
Y ahora, más que nunca, necesitaba volver.
Volver a sus raíces, al lugar que debió ser suyo desde el principio. Aunque fuese solo para mirarlo. Aunque jamás pudiera pertenecer a él.
Luna Syrah la rodeó con sus brazos y la atrajo contra su pecho. Elara no se resistió. En ese momento, ese abrazo tibio era todo lo que tenía.
—Claro que sí, cariño —murmuró Syrah, acariciando sus cabellos con ternura ensayada—. Haré que te lleven. Si es importante para ti, lo es para mí.
Elara asintió con los ojos brillantes, sin poder hablar.
Pero la paz momentánea duró poco.
Una dama de la corte, vestida con los colores plateados de la orden de las lobas, se acercó